domingo, 26 de abril de 2009

¿Señales de cambio...? Sobre la cumbre del G-20

Por Sebastián Casco*

Cada vez son más las voces que anuncian con exaltación el arribo de la buena nueva. Se trata, claro está, del tan mentado Cambio de Era (en mayúsculas) que se abre tras la pasada cumbre del G-20 en Londres. Así, vemos por ejemplo cómo desde la prensa española nos informan del surgimiento de un “nuevo orden financiero mundial”, ampliamente consensuado y que sería la base para forjar un “capitalismo más prudente y solidario” (1). O, cómo desde México un analista económico resalta que el acuerdo superó “ampliamente todas las expectativas” dado que con éste “casi todos ganan”. Planteado tal escenario, nos interesa realizar las siguientes observaciones.

En primer lugar, detrás del complejo entramado que configuran las relaciones financieras interestatales, lo que se esconde en las sombras son relaciones crudas de poder. Por tanto, toda decisión, por más “técnica” y “neutra” que parezca, supone siempre una serie de beneficiados y otra de perjudicados. En este sentido, la historia moderna de la economía internacional es un claro testimonio de la pugna que se da entre los Estados por alcanzar una posición privilegiada dentro del concierto monetario mundial. Es que claramente los beneficios que derivan de transformarse en la moneda hegemónica son elevados y nada despreciables. Pues quién impone su moneda como aquella que se utilice para las transacciones diarias entre los países, como valor de reserva, y que en definitiva sirva de referencia obligada en la economía internacional, tiene en sus manos la potestad de escribir y borrar de facto las reglas del juego a su juicio y voluntad. Siempre y cuando el balance de fuerzas le sea favorable, el mundo marchará al ritmo que aquella moneda imponga.

A la luz de este criterio, una esquemática periodización de la historia financiera mundial nos permite distinguir dos grandes capítulos marcados cada uno de ellos por el dominio de una única moneda de referencia a escala global: si la libra esterlina fue la moneda rectora durante el período de tiempo que transcurre desde mediados del siglo XIX hasta el final de la Segunda Guerra mundial, desde entonces y hasta la actualidad el dólar fue y sigue siendo la moneda de dominio mundial. Desde luego, el año 1945 simplemente es una fecha emblemática que se utiliza de corte. En realidad se trata de la culminación de un largo proceso de gestación que duró cuanto menos unos 30 años.

Por un período aproximado de más de medio siglo, la libra esterlina ostentó el poder hegemónico sin que moneda alguna le hiciera frente. Sin embargo, las rivalidades imperialistas europeas que cristalizan en la Gran Guerra de 1914 alterarán profundamente las relaciones económicas existentes hasta entonces. Es así como desde comienzos de la década del ´20, y con una presión creciente hasta el desenlace de la Segunda Guerra mundial, el centro económico del mundo se iría trasladando gradual pero irreversiblemente de Londres a Nueva York. Léase bien: el desplazamiento definitivo del poder de la libra al dólar se dio sólo después de dos guerras mundiales, dos grandes revoluciones comunistas (la rusa y la china), la Gran Depresión de los años ´30 con el consiguiente cambio en el modelo de acumulación de riqueza orientado ya no al comercio exterior sino hacia adentro, el surgimiento y caída del fascismo, y la gestación de la Guerra Fría. Claro debería resultar entonces, que los afamados acuerdos de Bretton Woods que dieron forma al andamiaje institucional de posguerra, no fueron más que el reconocimiento y la cristalización de un balance de fuerzas que situaron al dólar de manera definitiva como eje de la economía mundial.

El establecimiento de un nuevo ordenamiento mundial no es entonces producto de una mera conferencia ni mucho menos responde a una serie de acuerdos que de ella deriven. Por el contrario, todo orden mundial lejos de surgir como resultado de algún consenso mundial, se basa, al decir de Thomas Molnar, en el “[…] interés que tienen las grandes potencias de la época en imponer a las demás naciones ciertas formulas. Dichos intereses están simulados bajo una ideología mundialista, cuya encarnación es la organización supraestatal” (2). En este sentido la cumbre del pasado 2 de abril no fue más que un intento de administrar la profunda crisis que la economía internacional está atravesando y cuyo mayor interesado son los Estados Unidos. No sólo porque esta nación haya sido el epicentro y responsable de la crisis, como el mismo Barack Obama reconoció, sino y principalmente porque lo que está en juego es la posición dominante del dólar en el tablero monetario internacional, que incluso podría estar en una larga fase de declive terminal.

¿Qué es lo que se intenta señalar con esto? ¿Existe alguna contracara de este proceso? Pues bien, el revés de la declinación del poder de la moneda norteamericana como eje central de las finanzas mundiales es el lento pero sostenido ascenso de la moneda china: el yuan. De allí que la presión del gobierno chino por des-dolarizar la economía irá tomando cada vez mayor fuerza. Zhou Xiaochuan, gobernador del banco central chino, ya abogó de manera explícita por la creación de un nuevo sistema global de reserva para hacer frente a las necesidades de liquidez en la economía mundial. Así, los acuerdos swap firmados entre China y otros seis países hasta la fecha (de los cuales el último se concretó con Argentina tres días antes de la cumbre en Londres), por una cifra de 650.000 millones de yuanes -lo equivalente a unos 95.000 de dolares- deben leerse inequívocamente en este sentido.

China ha puesto en tela de juicio el papel del dólar en la economía mundial y parece estar dispuesto a disputar ese espacio. Sin embargo, el camino que ha de seguir es sumamente delicado porque ambos países, y con ello el mundo entero, penden ahora de una suerte de simbiosis monetaria y financiera. De los 11 billones de dolares que adeuda el Tesoro de Estados Unidos, el principal acreedor, y por ende interesado en que no se dude de la posibilidades de pago generándose así una corrida, es China. Si la “Gran Burbuja”, que representa la emisión ilimitada de bonos de la Fed, sobre la que se basa todo intento de recuperación de la economía norteamericana (y exportando de paso la inflación que genera) llegase a explotar, la crisis actual sólo sería un inocente juego de niños comparado a lo que vendría.

Afirmar el pronto ocaso del dólar, y el surgimiento de un nuevo orden mundial, tal vez sea algo apresurado. Por lo pronto, conviene entonces ir rastreando e interpretando las señales que anuncien lo que vendrá…




* Licenciado en Relaciones Internacionales (UCA), docente universitario e investigador del Instituto de Formación Política “Raúl Scalabrini Ortiz”.


(1) En “Informe Semanal”, programa televisivo de TVE.

(2) Molnar, Thomas: “Nación y Humanidad”, Revista Verbo, Madrid 1989.