martes, 2 de diciembre de 2008

El acento del barrio te sale mal


Por Matías Gualtieri*


En tiempos en que el terror de la realidad se retroalimenta y se supera a sí mismo a cada instante, la solución a una de las alarmas sociales más preocupantes del momento, el “fantasma de la inseguridad”, no aparecerá como por arte de magia ni mucho menos.

Son los tiempos del reino del consumo y de lo desechable. Se trata de cumplir al pie de la letra las más sagradas reglas de la rentabilidad. Y en este contexto, garantizar la inseguridad todos los días a través de los medios de comunicación, manteniendo la sensación térmica elevada, aunque haya que repetir la misma noticia sobre el mismo hecho veinte veces al día, es necesario si se pretende sostener el negocio. El pasado domingo 2 de noviembre del presente año, el diario Página 12 publicó un artículo donde muestra cuanto gastan los adinerados para cuidar sus propiedades: alrededor de $1.100 mensuales. Pura funcionalidad de mercado. (Violencia es mentir…)

Como una respuesta histórica que hemos logrado conseguir para enfrentar semejante epidemia, siempre caemos en la misma fatalidad: más mano dura. Encerrarlos cada vez más niños. El monigote de Carlos Ruckauf & cía… En un intento por levantar los “discursos-Blumberg” de la seguridad ciudadana, con leyes que nada han reparado, con un índice delictivo en creces -según la información oficial-, el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, promete bajar la edad de imputabilidad para encarcelar a los menores que desde que nacieron ya han sido expulsados. Tiempos de populismo punitivo y de marchas blancas y rubias contra la inseguridad…

De esta manera, los exclusivos reclaman:

- ¡¡En este mundo ya somos demasiados y no hay lugar para todos!!

- ¡¡Cerquemos todas las villas y los asentamientos!!

- ¡¡Sé que no es una decisión muy “humana” y me duele tener que tomarla –mentira: ni sensibilidad, ni culpa, y ya ni siquiera viveza les quedó- pero es que si no van a salir a desparramarse entre nosotros!!

Xenofobia pura en el pleno siglo XXI.

La creación de la “objetividad” fue la mayor de las irracionalidades. Pero, lamentablemente, esto es lo que se pretende realizar con la villa La Cava en el norte de la Provincia de Buenos Aires. Cabe preguntarse: ¿y los que viven dentro de ella no tienen derecho a la “seguridad”? No. A los “nadies” no se les garantiza ni ese ni ningún otro derecho porque en esta sociedad no se los integra, se los selecciona para excluirlos.

Esto no es lo que la Constitución Nacional y la Convención de los Derechos del Niño prescriben. Mucho menos las humillantes condiciones en que se encuentran detenidos los que fueron elegidos para habitar los Sistemas Penales, y a pesar de ello, se pretende limitar la concesión de las excarcelaciones, todo un dislate.

Dentro de poco tiempo –ya hay quienes lo piensan- siguiendo la sensación y el termómetro de la inseguridad, van a decir que las mujeres morochas embarazadas nacidas fuera de los límites del centro urbano son una amenaza en sí misma, ya que tienen en sus panzas un germen de peligrosidad a sus pertenencias y a sus estilos de vida. Cacerolazos y marchas rubias.

No se trata de chicos delincuentes, se trata de chicos olvidados. Esto no se publica por que no se vende. Marginalidad y abandono colectivo de personas, eso es lo que sucede.

No nos preguntamos acerca de la prevención del delito, de sus causas estructurales. Se parte de las consecuencias que las gobierna, la institución del estigma.

De esta manera es como funciona el sistema de selectividad, se trata de identificar a quienes son autores de un “estado de peligrosidad”, no se condena actos o hechos, se condena el signo o síntoma de una anormalidad. No importa si se lesiona un interés jurídicamente tutelado, la lente se deposita en las personas desvalorizadas.

Si es negro, tiene un estado de peligrosidad en sí mismo. Los exclusivos no reprochan el acto, la existencia es lo que les molesta.

Es el estereotipo es el que habilita a “la gorra” y el uso indiscriminado de la prisión preventiva. Inconstitucional por cierto.

Esto parece tratarse de una cuestión epidémica, los “sanos y normales” deben erradicarla a cualquier precio. Quien sea de determinada clase o color será marcado, considerado anormal, inferior, y por lo tanto debe ser excluido o desechado.

Huellas y marcas a fuego con hierros sociales.

Lejos de disminuir la violencia se la reproduce a ritmos inimaginables. Ya tenemos la violencia asimilada. Aunque no quieren ser parte del mundo tumbero penitenciario, se trata del fiel reflejo del afuera. Espejos.

¿Cuál es la función que cumplen las penas en los pabellones para pobres e inferiores? ¿Cuál es la reparación y reintegración social que el sistema penitenciario desarrolla? ¿Se debe “reparar” algo? ¿En quienes y de que manera? ¿Vamos a dedicarle tiempo a este tipo de cosas? Nadie quiere meterse en la rosca política porque es -y a esta altura indiscutiblemente- “sucia”. Somos una sociedad clandestina que no quiere hacerse cargo de nuestras repugnancias y oscuridades. Hipócritas pataleando todo el tiempo. Sociedad madura, se dice.

Algunos de nosotros han festejado más el resultado positivo de un laboratorio que el propio gol a los ingleses, increíble de escribir y de recordarlo pero real.

¿Somos capaces de hacer algo que no vamos a ver? Para lograr remediar esta situación, empezando hoy mismo, van a tardar algunas generaciones. ¿Vale la pena invertir en algo que a nosotros no nos va a tocar disfrutar? Sin dudas no tiene ningún sentido de consumo propio.

Cabe preguntarse, por qué realmente “funciona mal” la Justicia en la Argentina.

Mientras tanto, y en una de las ciudades más peligrosas de mundo –muy similar a la nuestra- uno de los líderes de una de las bandas más poderosas carcelarias del Brasil, un tal Marcola del Primer Comando de la Capital, ha manifestado que ellos cuentan con la ventaja de no tener nada que perder, no tienen miedo, tienen poder.

Nietzsche afirmó que en un determinado punto del tiempo y en un determinado lugar del universo, unos animales inteligentes inventaron el conocimiento. Hay, por lo menos, dos historias de la verdad.

A los barrios de las cacerolas sojeras, si no les cabe la solidaridad con el otro, al menos despiértense, y háganlo por viveza…




* Matías Gualtieri, Abogado (UBA)