martes, 2 de diciembre de 2008

Miguens, la SRA y una idea de nación

Por Javier Arakaki


El p
asado sábado 2 de agosto de 2008, en su discurso de inauguración de la muestra anual de la Sociedad Rural Argentina, su presidente, Luciano Miguens, dijo:

“Nuestra identidad como país, ‘el ser nacional’, está inexorablemente ligado al campo, a nuestra cultura y nuestros valores. […] Así, cuando se ofende al campo, se ofende al pueblo, y cuando se ataca al campo se ataca a la Argentina”. (Página12, domingo 3 de agosto de 2008)

Como vemos, su argumento se posa sobre dos grandes asociaciones: campo-pueblo y campo-nación. ¿Es casual esta asociación? ¿Es arbitraria? ¿Es exagerada? Comencemos a reflexionar sobre estas preguntas de a una.

¿Asociación casual…?
Como primer punto derribemos la sola sospecha de que esta evocación pudo habérsele ocurrido a Luciano Miguens o a alguno de sus asesores, no: esta asociación, en la Argentina, tiene al menos 100 años. Su génesis la encontramos en los debates del denominado primer nacionalismo cultural de la década de 1910.
Es historia conocida que Sarmiento, entre otros liberales de la segunda mitad del siglo XIX, promovió la inmigración europea con el fin de “civilizar” el país. Pretendía Sarmiento que la cultura urbana europea (luego de un abierto genocidio) iba a terminar de modificar las costumbres de los que él consideraba “bárbaros” o clases ociosas: los indios y los gauchos. Para los liberales del siglo XIX el campo era sinónimo de barbarie y atraso.
Pero una vez erguidos en el poder central a partir de 1862, fundada la SRA en 1866, y realizada con éxito la Campaña al Desierto que terminaba de incorporar las tierras fértiles a la lógica del mercado mundial hegemonizado entonces por Inglaterra en 1880, los mismos liberales que combatieron ideológica y militarmente al “campo bárbaro” habitado por indios y gauchos, se autoproclamaron los nuevos propietarios de los campos; y desde entonces se pensaron como los nuevos propietarios del país.
Estos nuevos y grandes propietarios rurales (los que la liturgia nacional-popular reconoce como “oligarcas”) pensaron un país a su antojo: un campo agroexportador ligado a un mercado hegemónico (por entonces el inglés); y una ciudad, Buenos Aires, que emulara las virtudes arquitectónicas y de consumo de las grandes urbes europeas, donde pudieran ellos vivir como europeos en esta Sudamérica que nunca reconocieron como par. Buenos Aires se convertía así en la Atenas del Plata.
Pero hacia 1910 la coyuntura presentaba un debate nuevo: por un lado, la cercanía del Centenario de la Revolución de Mayo incitaba a los intelectuales de la época a reflexionar sobre “la nación” y “lo argentino”; por el otro, la incesante inmigración de trabajadores europeos que desde hacía más de 30 años era fomentada por el propio estado argentino arrojaba sus frutos impactantes: en Buenos Aires, 6 de cada 10 habitantes eran extranjeros. Y entonces se produce una transposición conceptual clave en la cabeza de los intelectuales de la oligarquía que por entonces pensaban en estas cuestiones: la “problemática social” que generaba la inmigración (problemas edilicios, de comercio, de delincuencia menor…) fue asociada a la “problemática nacional” . Las clases terratenientes no estaban dispuestas a compartir su renta con los nuevos habitantes de las ciudades ni con los nuevos pequeños productores agrarios . Las confrontaciones de clase se leyeron entonces en términos de confrontaciones nacionales. Es así que en la definición de “qué es lo argentino” se jugaba en realidad la distribución de los privilegios socio-económicos. Y es en ese contexto que surgen los pensadores nacionalistas defensores de los privilegios de los terratenientes que formulan precisamente la asociación que Luciano Miguens pronunció el sábado 2 de agosto de 2008 en Palermo, casi 100 años después.
Para pensadores como Manuel Gálvez o Ricardo Rojas, considerados los mayores expositores de un movimiento intelectual que se recuerda hoy como primer nacionalismo cultural, Buenos Aires expresaba un “cosmopolitismo extranjerizante” que había que combatir, y había que buscar los fundamentos de la “verdadera nacionalidad argentina” en los habitantes de los pequeños pueblos del interior, que eran los únicos territorios habitados en su mayoría por argentinos nativos. En la cabeza de estos pensadores “el campo” asumía las características de una territorialidad que le imprime a su vez a sus habitantes la “reserva de la nacionalidad” ante la ciudad cosmopolita. Se invertía así el par civilización-barbarie que había creado Sarmiento en el siglo XIX: hacia 1910, y desde la visión de estos pensadores, la ciudad era bárbara y el campo civilizado. Queda así fundada y constituida la asociación que nombramos al principio: campo-nación y campo-pueblo.
Y esta asociación reiterada subrepticia e incesantemente en textos escolares, dichos del sentido común, Procesos de Reorganización Nacional y grandes proclamas en Palermo hace que, a un siglo de su génesis, un vasto sector de la población argentina considere “normal y verdadero” lo que dijo Miguens el sábado.

¿Asociación arbitraria…?
¿Es arbitraria esta asociación campo-nación? Sin dudas. Es más: podríamos decir que es ideológica en su sentido más profundo.
El concepto de ideología, para la teoría sociológica, remite al artilugio de semántica política que convierte a la parte en el todo; es decir, que presenta como una realidad de la totalidad lo que es la concepción del mundo de una parte. A través de la ideología las clases o sectores dominantes logran que sus intereses particulares sean defendidos por una totalidad más grande y más diversa, aun en contra de sus propios intereses.
La ideología se transmite a través de las más diversas formas: la religión, las “buenas costumbres”, la familia, la escuela, el nacionalismo…
Pensemos con la lógica de Miguens: si ofender al campo es ofender a toda la nación, entonces el campo es la nación, y entonces los representantes del campo son los representantes de la nación, y entonces ¿para qué votamos…?

¿Asociación exagerada…?
Doscientas mil personas en Palermo y 24 horas insistentes de “realidad mediática” hacen que esta asociación ideológica no parezca tal, y pase desapercibida. Mostrar a sectores sociales y políticos tan diversos como los desocupados de Castells, los trotskistas o los pequeños productores de la FAA sosteniendo esta misma asociación ideológica hace que el sentido común la tome como realidad, y que por eso mismo funcione como tal.


Este artículo sólo pretendió desnudar la génesis de un discurso ideológico, que sutilmente genera el anclaje de una nueva hegemonía conservadora.