martes, 27 de enero de 2009

Carta a un joven argentino que estudia filosofía, Ortega y Gasset

Compañeros, quiero en esta oportunidad compartir con ustedes un resumen de un breve texto que escribiera en 1924 don José Ortega y Gasset, pensador español de la primera mitad del siglo XX, cuyas nociones filosóficas centrales influyeron, entre otros, en Jean-Paul Sartre y Martin Heidegger.

Visitó varias veces la Argentina y se declaró admirador de este pueblo, el cual consideraba que podía llegar a ser el gran “contrapeso espiritual” de los EEUU anglosajones.

Este texto, “Carta a un joven argentino que estudia filosofía”, se inscribe en un conjunto de otros textos en los cuales el filósofo español se permite opinar sobre nuestra realidad nacional, a partir de una íntima empatía con nuestro sentir. Si bien el contexto en el que fue escrito puede resultar anacrónico desde el punto de vista político, reconozco en las características que describe de la juventud intelectual argentina, así como en los consejos que aventura, una especie de permanente actualidad –salvando, por supuesto, honrosas excepciones-. Al menos, en el corto camino que he recorrido, encuentro en estos señalamientos mucho de realidad aun en nuestra joven militancia intelectual; entre la que me incluyo.

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Carta a un joven argentino que estudia filosofía, José Ortega y Gasset (1924)

Me ha complacido mucho su carta, amigo mío. Encuentro en ella algo que es hoy insólito encontrar en un joven, y especialmente en un joven argentino. Pregunta usted algunas cosas, es decir, admite usted la posibilidad de que las ignora. Ese poro de ignorancia que deja usted abierto en el área pulimentada de su espíritu le salvará. Por él se infiltrará un supremo conocimiento. Créame: no hay nada más fecundo que la ignorancia conciente de sí misma. […]

Desde Platón hasta la fecha los más agudos pensadores no han encontrado mejor definición de la ciencia que el título antepuesto por el gran Cusano a uno de sus libros: “De docta ignorantia”. La ciencia es, ante y sobre todo, un docto ignorar. Por la sencilla razón de que las soluciones, el saber que se sabe, son en todos sentidos algo secundario con respecto a los problemas. Si no se tiene clara noción de los problemas mal se puede proceder a resolverlos. Además, por muy seguras que sean las soluciones, su seguridad depende se la seguridad de los problemas. Ahora bien: darse cuenta de un problema es advertir ante nosotros la existencia concreta de algo que no sabemos lo que es; por tanto, es un saber que no sabemos. Quien no sienta voluptuosamente esta delicia socrática de la concreta ignorancia, esa herida, ese hueco que hace el problema en nosotros, es inepto para el ejercicio intelectual. […]

La impresión que una generación nueva produce sólo es por completo favorable cuando suscita estas dos cosas: esperanza y confianza. La juventud argentina que conozco me inspira -¿por qué no decirlo?- más esperanza que confianza. Es imposible hacer nada en el mundo si no se reúne esta pareja de calidades: fuerza y disciplina. La nueva generación goza de una espléndida dosis de fuerza vital, condición primera de toda empresa histórica; por eso espero de ella. Pero a la vez sospecho que carece por completo de disciplina interna –sin la cual la fuerza se desagrega y volatiliza; por eso desconfío de ella. No basta curiosidad para ir a las cosas; hace falta rigor mental para hacerse dueño de ellas.[…]

En las revistas y libros jóvenes que me llegan de la Argentina encuentro –respetando algunas excepciones- demasiado énfasis y poca precisión. ¿Cómo confiar en gente enfática? Nada urge tanto en Sudamérica como una general estrangulación del énfasis. Hay que ir a las cosas, hay que ir a las cosas, sin más. […]

Son ustedes más sensibles que precisos y, mientras esto no varíe, dependerán ustedes íntegramente de Europa en el orden intelectual. Porque, al ser sensibles, toda idea graciosa y fértil que se produzca en Europa conmoverá, quiera o no, el fino receptor que es su organismo; pero al querer reaccionar frente a la idea recibida –juzgarla, refutarla, valorarla y oponerle otra- encontrarán ustedes dentro de sí esa impresión, esa vaguedad –llamémoslo por su nombre-, esa falta de criterio certero, firme, seguro de sí mismo que sólo se obtiene mediante rigurosas disciplinas. […]

Esto significaría que la nueva generación necesita completar sus magníficas potencias con una rigurosa disciplina interior. Yo quisiera ver en esos grupos de jóvenes la severa exigencia de ella. Pero acontece que veo todo lo contrario: un apresurado afán por reformar el Universo, la Sociedad, el Estado, la Universidad, todo lo de fuera, sin previa reforma y construcción de la intimidad. En este punto no pactaré jamás con ustedes y me hallarán irreductible. Todo el que incita a los jóvenes para que abandonen el sublime deporte cósmico que es la juventud y salgan de ella a ocuparse en las cosas llamadas “serias” –política, reforma del mundo- es, deliberada o indeliberadamente, dañino. Porque esas cosas serán todo lo “serias” que se quiera, pero cede a un puro prejuicio quien cree, sin más, que lo “serio” es lo importante y esencial. La política, la reforma de ese vago armazón formal que llaman el Estado, son, en todo caso, consecuencias de otras actividades previas verdaderamente creadoras. Y lo mismo digo de la riqueza. La riqueza sólida y estable es, a la postre, emanación de almas enérgicas y mentes claras. Pero esa energía y esa claridad sólo se adquieren en puros ejercicios deportivos, de aspecto superfluo. […]

En lugar de invitar al joven a hazañas patéticas, de falsa gesticulación solemne, yo le diría: “Amigo mío: ciencia, arte, moral inclusive, no son cosas “serias”, graves, sacerdotales. Se trata meramente de un juego. Pero así como la acción que no nos es dado eludir puede, sin desdoro, ser mal ejecutada, ya que nos viene impuesta, el juego exige que se juegue lo mejor posible. Precisamente su falta de “seriedad” hacia fuera –su falta de forzosidad- le dota espontáneamente de una rigurosa “seriedad” interna. ¡Dígame usted si cabe pensar que el cálculo infinitesimal hubiera podido inventarse en “serio” y por obligación, por necesidad opresora y a hora fija! Pues bien, joven amigo mío: usted juega mal, no sabe jugar y tiene que aprender.” […]

Yo espero mucho de la juventud intelectual argentina, pero sólo confiaré en ella cuando la encuentre resuelta a cultivar muy en serio el gran deporte de la precisión mental…